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2/2/11

HACE FALTA MAS FE!

¡Más fe!

Hermanos, no nos dejemos ganar por el desaliento: ¡Tengamos fe, más fe!

¿Qué nos falta hoy, un poco a todos, a todos nosotros, para que -en nombre de Dios y unidos a Jesús- nos empeñemos a fondo para salvar el mundo, para impedir que el pueblo se aleje de la Iglesia?

¿Qué es lo que nos falta para que la caridad, la justicia, la verdad no sen derrotadas y vuelvan al seno de Dios maldiciendo la humanidad, hallada sin frutos?

¡Nos falta fe! "Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, -dijo Jesús- dirían a esta montaña: Trasládate de aquí a allá, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes" (cf Mt 17, 20; Lc 17, 6) ¡Fe, hermanos, más fe!

¿Quién de nosotros cree que se pueden transportar montañas, sanar pueblos, hacer triunfar la justicia en el mundo, hacer que la verdad brille e ilumine al espíritu humano, unir en la caridad de Cristo a toda la tierra? ¿Dónde están estos creyentes?

¡Más fe, hermanos, hace falta más fe!

Ciertamente la fe falta en los que hay que salvar, pero a veces - lo digo con dolor en el alma-, la fe es escasa o languidece también en mí y en otros, en nosotros que decimos o creemos que queremos iluminar y salvar multitudes.

Seamos sinceros. ¿Por qué no logramos renovar la sociedad? ¿Por qué no tenemos fuerza ni arrastre? Porque nos falta fe, ¡una fe ardorosa! Vivimos poco de Dios y mucho del mundo: vivimos una vida espiritual tuberculosa, nos falta esa auténtica vida de fe y de Cristo, que incluye en sí toda aspiración a la verdad y al progreso social; que lo impregna todo y a todos, hasta los trabajadores más humildes. Nos falta esa fe que transforma la vida en apostolado ferviente en favor de los desdichados y oprimidos, como es toda la vida de Jesús y su Evangelio.

¡Ese es el problema! Si queremos hacer hoy algo útil para que el mundo vuelva a la luz y a la civilización, para renovar la vida pública y privada, hay que hacer que la fe resucite en nosotros y nos despierte de este letargo que no es un sueño sino muerte; hay que provocar un gran renacimiento de fe, y que del corazón de la Iglesia broten los peones de Dios, sembradores de la fe, nuevos y humildes discípulos de Cristo, almas vibrantes de fe.

Debe ser una fe encarnada en la vida. ¡Necesitamos espíritu de fe, ardor de fe, ímpetu de fe; fe de amor, caridad de fe, sacrificio de fe!

Ésta es la oración que se impone: "¡Señor. Auméntanos la fe!